Pedro Prieto
Rebelión
Asistimos atónitos en los días pasados a la inyección de varios billones de euros y dólares –no merece la pena llevar la cuenta y sí merece la pena recordar la diferencia entre el billón europeo, que es un millón de millones y el estadounidense, que son mil millones, aunque ellos inyectan trillones estadounidenses, que son billones europeos- en las venas de los principales bancos y entidades financieras.
Para haber miles de periódicos, radios y televisiones especializadas en economía, hay una escasez de racionamientos mínimos sobre este último y gigantesco envite mundial, que podría calificarse de muy preocupante, si no fuese porque seguramente está programado y perfectamente planificado que no debe haberlos, mientras los mismos de siempre, incapaces de haber previsto nada, siguen ocupando los mismos puestos analíticos de siempre.
Es muy curioso que los pocos comentarios inteligibles para todo el mundo y con un cierto sentido común y de la proporción, han sido los que algunos humoristas sueltos han hecho circular primero por Internet y que algún otro humorista loco ha trasladado a alguna televisión en programas de divertimento, aunque la cosa sea muy seria.
Para un espectador externo como yo, sin gran formación financiera o de economía de altos vuelos y bajas pasiones, de verborrea economicista compleja, la situación se podría resumir como sigue:
¿DE DÓNDE SALE EL DINERO?
Primero, todo estaba bien y los bancos e instituciones financieras hacían sus gestiones y ganaban sus dineros. Eran empresas solventes en las que la gente común depositaba su confianza y a las que la gente común solicitaba créditos para hacer cosas o comprar bienes.
Se suponía que había organismos supervisores, para que las actividades de estas entidades bancarias y financieras se atuviesen a la legalidad vigente y a unas normas y procedimientos de actuación que asegurasen, tanto los depósitos que los ciudadanos habían colocado en ellos, como la estabilidad y buen fin de los créditos que habían concedido. También había entidades que podían garantizar con el respaldo del Estado, que esos depósitos estaban a buen recaudo
Después, de repente, algunos bancos e instituciones financieras, comenzaron a admitir que alguna cosa no iba bien. Y el fenómeno pareció entrar en una fase de avalancha o bola de nieve, que crecía desmesuradamente y hacía ver, no ya que alguna institución bancaria o financiera había podido hacer algo mal, sino más bien que no había ninguna que lo hubiese hecho medianamente bien.
También pareció quedar al descubierto que no había organismos oficiales, públicos o independientes, que hubiesen previsto y anticipado este hecho, por supuesto, con el fin de haberlo cortado de raíz y haberlo evitado, sancionando a los infractores de las sagradas reglas del mercado.
Y quedó también claro en pocos días de desplomes de vértigo, que lo que muchos –bancos e instituciones financieras y con ellas los ciudadanos y empresas depositantes o deudoras- creían tener no existía en realidad. Pero, lo que es más grave, no quedó claro en absoluto, dónde podría estar Wally; esto es, si se trataba de una estafa, donde podrían estar los bienes vaporizados; en qué paraíso fiscal, en que calcetín, en qué caja fuerte, por no decir bajo qué ladrillo, ya que el ladrillo acababa de desplomarse apenas unas semanas antes.
Y aquí empiezan a intervenir los Estados que llamo camellos, con la celeridad del que atiende solícito a un mercado de drogadictos.
Y ponen en el mercado jeringas con el remedio de varios billones europeos de euros por un lado y dólares por el otro a disposición de sus clientes yonquis, muertos vivientes que ahora aparecen a pedir a papá Estado sus buenas dosis de caballo.
Entonces, aparecen declaraciones de jefes de Estado, presidentes de gobierno y ministros de economía de muchas naciones, multiplicadas hasta el infinito, por los espejos de los medios del pesebre y del abrevadero, como en la famosa secuencia de “La dama de Shanghai” de Orson Welles, asegurando que esto está bajo control, que el asunto requiere calma y que se trata de “una cuestión de confianza”. Jefes de Estado que antes mostraban orgullo, seguridad y firmeza, vuelan desesperados y frenéticos de cumbre en cumbre, ante las sucesivas llamadas ocultas de una voz gutural a la que obedecen como corderitos. Y vuelven a casa, apenas un día después con las alforjas llenas de remedios, dispuestos a ofrecer jeringuillas por doquier a sus dolientes.
¿Y qué hacen? Pues parece que lo único que saben o lo que les ha dicho la lucecita oculta de este nuevo El Pardo mundial, que les ha convocado con tanta urgencia como mando sobre ellos: inyectar, inyectar e inyectar papel moneda, con la misma fe que el lobo soplaba contra la casa de los tres cerditos, esta vez para evitar que se les cayese el chiringuito en vez de para derribarlo.
Los medios del pesebre y del abrevadero, se dividen, pero sólo a efectos tácticos, no estratégicos. Todos alaban, en general, que los Estados camellos, representados por sus presidentes y ministros de economía camellos, comiencen a distribuir con presteza dosis y papelinas, anfetas y éxtasis monetarios por todos lados a los bancos yonquis.
Algunos, generalmente los que responden a la voz de su amo del partido B en la oposición, alternante en el poder con el partido A en el gobierno, critican a sus líderes nacionales, a ver si pillan algo en la siguiente legislatura, y hacen crítica sobre la dosis inyectada o el formato o el grado de corte de la mercancía (incluso copian el lenguaje de la calle: hablan de “activos tóxicos”) o su falta de prestancia en las reuniones de la multilateral de la lucecita de El Pardo universal, de tan gran poder de convocatoria.
Pero curiosamente, ninguno de estos grandísimos expertos financieros, que llenan millones de páginas de color sepia o salmón todos los días, que nos dejan bizcos de tanto hacer circular por las partes bajas de las pantallas de televisión lo que llaman “valores” de la Bolsa de Tokio o la de Frankfurt, o de estos tertulianos que de todo saben y estos canales especializados de radio y televisión en hablar nada más que de activos y pasivos, de intereconomías o Economías Entrambasaguas, ya no me acuerdo, se hace las preguntas que un servidor, como ciudadano de la calle, ignorante y simple, me hago y que expongo a continuación.
Siendo el Estado o los Estados simples vehículos de gestión de bienes (tomo por un lado de los ciudadanos y luego lo reparto en la forma que mejor considero sobre el resto de los ciudadanos); es decir, dado que los Estados NO GENERA NADA de la nada, sino que simplemente administran, y de repente, se sacan de la manga cientos de miles de millones de Euros que no estaban en los Presupuestos Generales de sus respectivos Estados ¿de dónde salen esos dineros y a qué equivalen?
Está claro que el Estado tiene el monopolio de la violencia y hasta hace poco tenía también el monopolio de la impresión de billetes, ahora perdido en España, a favor del Banco Central Europeo, pero no estamos hablando de papel. Se supone que hablamos de “valor”.
Así pues, ¿Por qué no explican los gobiernos a los ciudadanos a los que representan, gestionando el Estado camello, de dónde van a sacar el “valor” de los cientos de miles de millones de euros que han prestado o van a prestar a los bancos yonquis?
Vamos, vamos, que son ustedes personas serias. Hasta los más simples sabemos que el Estado camello tiene sólo lo que saca a sus ciudadanos en forma de impuestos. Y sabemos que ustedes pueden adelantar cantidades a cuenta, pero no parirlas (Sant Tomás de Aquino: pecunia pecuniam parere non potest; esto es, el dinero no puede parir dinero). Dígannos, pues, de forma muy sencilla, cómo vamos a tener que pagar los ciudadanos en el futuro estas cantidades adelantadas a cuenta a los bancos yonquis de bobilis bobilis.
Si ustedes dan a la maquinilla de hacer billetes y le entregan a los bancos yonquis estas astronómicas cantidades, por favor, saquen la calculadora, pongan el capital creado a cuenta de algo, para luego ser prestado a los bancos yonquis y calculen con el método que quieran (en los préstamos, como en el sexo, el método francés es muy común) durante cuánto tiempo y con que plazos y criterios de amortización van a sacar de las costillas de sus ciudadanos este dinero que ahora adelantan tan precipitadamente a los bancos yonquis. Si no saben hacerlo, cualquier director de sucursal bancaria les puede ayudar en un santiamén.
Es un asunto de confianza
Puesto que se trata de un “asunto de confianza”, como dicen y aseguran los mismos gestores del Estado camello (curioso, como se va asimilando la terminología estatal a la de los bajos fondos de la droga; parece una frase copiada a El Padrino, más que un análisis técnico o científico de la situación), si no sabemos de dónde va a salir, los que ya estamos hartos de ver a los trileros cambiar el garbanzo de cubilete, vamos a terminar sospechando que solo tienen ustedes la maquinilla de hacer papel del Banco Central Europeo. Y eso no es una buena señal para generar confianza.
Por cierto, algunos maliciosos, incluso llegamos a pensar que el cambio de texto de los billetes de euros, respecto de los antiguos de los bancos nacionales, pueden haber sido intencionados. En los billetes emitidos antes por los bancos nacionales, había un tipo, llamado gobernador, que firmaba y juraba (o prometía, aunque fuese en el sentido popular del término: prometer hasta meter y una vez que se ha metido, a olvidar lo prometido) que al portador de ese billete le sería pagado por el Banco de España, de forma inmediata y con su sola presentación y entrega, la cantidad de X pesetas, que se suponía que, por lo menos hasta 1971, fecha en que Richard Nixon manda a hacer puñetas el patrón oro de Bretton Woods, representaban una cantidad de oro depositada en los sótanos de dicho banco en la famosa plaza de Cibeles, una vez repuestos del susto del oro de Moscú. Y ahora resulta que en los billetes europeos nadie se responsabiliza de que el banco Central Europeo tenga a disposición del portador cantidad alguna de nada de nada. Apenas un monumento por un lado del billete y una cara por la parte de atrás. Algo empieza a oler podrido, no solo en Dinamarca, sino en toda la UE y hasta en el mundo mundial.
Las cosas claras, el chocolate espeso y las cuentas en pen drive, como las lleva el ministro Solbes, ajustadas al céntimo. A ver si ahora va a resultar que para cerrar alguna componenda autonómica hay peleas y agarrones que duran meses, por los céntimos a transferir y luego van a tener ustedes un “ancha es Castilla” de varios billones, sin discutir ni un pelo los términos de una componenda tan enorme. Vamos, vamos, desembuchen y cuéntenos todo, si quieren generar confianza.
¿Y ADÓNDE VA EL DINERO?
Pero con ser muy grave el asunto de no saber de dónde sale el dinero, es todavía más grave la incertidumbre de no sabe adónde va a ir a parar. Los representantes de los Estado camellos en la figura de los dirigentes de los gobiernos de turno, se han hartado de decir que era para “los bancos e instituciones financieras”, que no podían desplomarse y desvanecerse. Pero eso es muy insuficiente.
Cualquiera que aplique el método científico sabe que cuando hay una enfermedad o mal, lo primero que hay que hacer es diagnosticarlo y acotarlo, antes de darle tratamiento. Y esto da la sensación, sinceramente, de ser más la cola de colgados terminales de La Rosilla a la espera de la dosis, que una lista de espera de un ambulatorio en el que tratar, ordenada, científica y asépticamente a los pacientes que lo necesitan. Por la forma y por el fondo. Por los modales y hasta por la terminología. Ahora todos los bancos yonquis han admitido de repente ser toxicómanos. Todos están hasta las cejas de “activos tóxicos”. No sorprende, por otra parte, porque es la actitud clásica del toxicómano: no reconocer la enfermedad y la dependencia y la necesidad de tratamiento hasta caerse a cachos.
Y da pavor ver la ligereza con la que los que se supone que tienen que velar por la salud de estos toxicómanos, se aprestan a entregar nuevas dosis sin haber ni siquiera diagnosticado el alcance del mal. La secuencia de yonquis acudiendo a las puertas del dispensario de metadona económica es patética. Si aparece alguien con un síndrome de caballo, le atizan unas cuantas pastillas y le mandan de vuelta a casa urgentemente.
Da una nausea y vértigo ver cómo el doctor se acerca al enfermo y directamente le infla a pastillas, sin ni siquiera haber diagnosticado la enfermedad y el alcance de la misma. Sin haber valorado cuánta toxicidad tiene el organismo, sin haber valorado el alcance de la gangrena, en vez de analizar y cortar por lo sano, como haría cualquier sanador que se preciase, estos tipos apenas van con las jeringas e inyectan al yonqui terminal más dosis o más morfina, para calmarle el dolor. No hay diagnosis. No hay declaraciones de gobierno alguno que admita que el enfermo A tiene el brazo izquierdo gangrenado y que hay que amputar a la altura del codo; que el enfermo B, que tiene algo de sangre en la cocaína que fluye por sus venas, no necesita más droga, sino un tratamiento severo de desintoxicación en celda de aislamiento. Que el paciente C está terminal y que no merece la pena atenderlo, porque va corto de anestesia para tanto herido de guerra financiera como le llega.
Nada. Estos representantes de los Estados camellos parecen solo admitir que han tenido que inyectar algo a los enfermos terminales más famosos, cuando aparecen tumbados y con espumarajos en la boca, a la puerta del dispensario de metadona o de la chabola de punto de distribución de droga, que a los efectos es lo mismo. No se les ve otro talante, lamentablemente. Y esto, es lo que más miedo mete. Mientras tanto, los medios del pesebre y del abrevadero, cómplices de este sistema narcótico, se resignan a ir informando qué bancos yonquis, y mucho menos las listas de drogadictos financieros habituales, aparecen por el dispensario o la chabola a pedir otra dosis más con la cara desencajada y diciendo siempre la misma tontería al Estado camello, con voz gangosa y mirada perdida: no te preocupes, que yo controlo. No te preocupes que te pagaré. Tu dame libertad de mercado y déjame operar, que yo me encargo. Ya que se que el reloj que te traje para pagarme la anterior dosis era de imitación, pero te juro que ahora te traeré unas buenas “primes”, de calidad; activos saneados. Verás como te van a gustar y pagarán de sobra la dosis que ahora necesito, las anteriores y las siguientes.
En otros casos, los medios llegan a citar a Estados camellos y a sus variados representantes admitiendo que “hay que refundar el capitalismo”; esto es, que hay que poner jeringuillas de un solo uso en los dispensarios y aceras con calles asfaltadas y cabinas pulcras para jeringarse, en las chabolas donde hoy se trapichea. Vaya periodismo de “investigación”. Vaya periodismo gregario.
La verdad, es que mucha confianza a este espectador externo, no le dan las declaraciones de los representantes del Estado camello. No los Estados camellos representados por los gobiernos de turno, ni los bancos yonquis prometiendo que se van a corregir, pero que necesitan una dosis más y que se la pagues con el esfuerzo de tus próximos 15 o 25 años de trabajo, vaya usted a saber, que esas cosas no caben en un pen drive.
¡Ay, Ortega y Gasset! ¿Para cuando una verdadera rebelión de las masas?
Pedro Prieto es editor del sitio web Crisis Energética.
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