Nota Preliminar:
Este artículo que publicamos fue escrito por nuestro colaborador, el gran economista marxiano español Diego Guerrero, el 22 de agosto de este mismo año y mandado al diario socialdemócrata español EL PAÍS para su publicación. Debido a su contenido demoledor, que no casa bien con el mensaje positivista y progubernamental que desde los medios de PRISA se hace llegar a la ciudadanía (como fin del neoliberalismo y comienzo de una gran era de intervención económica típica del Estado de Bienestar socialdemócrata / demócratacristiano —o lo que es lo mismo, liberal-keynesiano—, el diario de la familia de Polanco decidió no publicarlo.
En un artículo aparecido en El País (22/08/2008), Sami Naïr atribuía el origen de la crisis económica actual al «liberalismo mundial», y en particular a la «ausencia de control de los flujos de capitales, la especulación salvaje y el sistema de bombeo, desde hace años, del ahorro mundial por parte de Estados Unidos». Mi diagnóstico es diferente: no se trata del «liberalismo» sino del capitalismo mismo, y no basta con criticar las «sacrosantas leyes del liberalismo» y las «recetas tradicionales del laissez faire liberal», sino que hay que profundizar en las auténticas causas de lo que está pasando (y tiene que pasar), para comprender que tampoco las medidas keynesianas de un capitalismo más intervencionista habrían podido evitar los problemas, ni servirán de mucho una vez que los propios liberales con responsabilidades de gobierno recurran a ellas en el futuro próximo.
Un ejemplo sencillo servirá para entender por qué. Supongamos que alguien que gana 1000 al mes necesita gastar 1200 este mes: nada más fácil, hoy en día, que pedir un crédito para cubrir esa diferencia. Pero supongamos que el crédito es a un mes de plazo, y que la renta de este individuo sigue siendo 1000 el mes próximo: es obvio que, tras pagar el crédito (incluso si olvidamos los intereses), sólo le quedarán 800 para gastar. Pues bien, algo así de simple es lo que le pasa a la economía mundial: tras el periodo, que ahora se acaba, en que gastábamos 1200, ¡nos llega la era de los 800! Una caída brutal de la capacidad de compra y por tanto del nivel de vida de la población, cuyos efectos pueden ir mucho más allá de lo económico y convertirse en una fuente de desestabilización política de consecuencias imprevisibles.
En mi opinión, el capital financiero hipertrofiado, tan característico hoy en día, no es sino consecuencia de la enorme masa de plusvalía que pulula por los mercados financieros y las bolsas mundiales sin posibilidad de fijarse en inversión productiva de ninguna clase, debido a que lo que hay en el subsector productivo es un exceso de capacidad. No es extraño que la expansión crediticia y burbujeante tenga que detenerse y estallar por el mero hecho de ser burbuja. Pero parece ahora muy posible que lo haga pronto, poniendo fin al periodo de lo que aparece en la superficie como el dislocamiento de dos subsectores de la economía, el capital productivo y el financiero, pero que no es realmente sino el derrumbe temporal de los pilares de la dinámica capitalista en su conjunto.
Porque la crisis financiera no es nunca independiente de la dinámica general de la crisis de sobreacumulación de capital productivo. Es verdad que una forma de retrasar los efectos del círculo vicioso que se desata al estallar esta crisis es detener la caída a corto plazo de la demanda mediante la expansión del crédito, pero esta expansión es al mismo tiempo la expansión de la deuda…, y, si la depresión es larga, el continuo crecimiento del crédito para contrarrestar una caída persistente de la demanda significa una acumulación de deuda que se convierte en una carga cada vez más pesada que pone en peligro la senda de crecimiento a largo plazo de la economía. Esto es lo que está ocurriendo.
Escribía ya en el año 2000 que «el exceso de capacidad productiva instalada por el capital mundial todavía no ha desaparecido y, por tanto, persiste la raíz del problema en tanto no se destruya dicho exceso (no el exceso de medios de producción, que es una expresión absurda, sino el exceso de medios de producción absurdamente convertidos en capital)». ¿Y qué podemos decir de lo que ha empezado a manifestarse de forma tan amenazante para toda la economía mundial en los años 2007 y 2008? Que estamos ante ese mismo problema, obviamente actualizado y aumentado.
Pensarán muchos lectores que exagero al hablar de derrumbe de la economía y de inestabilidad política mundial, y que hago un discurso catastrofista y alarmista. No sé qué dirán, entonces, cuando del diagnóstico pasemos a las posibles recetas. Pero lo cierto es que estoy convencido de que la única salida posible de esta situación de doble crisis (sobreacumulación de capital productivo e hipertrofia de la burbuja financiera) es la destrucción de capital. La última vez que el mundo se enfrentó a una situación así, esa crisis condujo nada menos que a la II Guerra Mundial, la cual, al destruir mano de obra sobrante (para el sistema) y grandes masas de «capital» físico, puso las bases (terribles, pero bases) de la onda expansiva del capitalismo mundial en la posguerra. Como escribiera más diplomáticamente el Nobel de economía James Tobin en Papeles de Economía Española (1986), «hace medio siglo, cuatro años de caída total de la actividad económica mundial provocaron un paro masivo. La mayor parte del mismo persistió durante los seis años de recuperación anteriores a la segunda guerra mundial. Fue la guerra mundial la que trajo consigo escasez de mano de obra y de todo lo demás».
Pues bien: del estancamiento relativo de los últimos 30 años aún no hemos salido. Y si hay alguna salida, seguramente estará cerca pero tendrá que producirse por medio de un estallido de consecuencias desastrosas para la situación económica y social de la mayoría de la población mundial. Lamentablemente, mucha gente, en especial muchos jóvenes, no tiene la menor idea de lo que por desgracia nos espera. Las ilusiones de quienes creen que lo malo de la historia pertenece al pasado pueden estallar tan estrepitosamente como la economía. No digo que la salida de esta onda depresiva tenga que conducir necesariamente a la III Guerra Mundial (aunque tampoco se puede descartar), pero hay otras muchas formas de destruir capital, sin necesidad de tirar bombas: el movimiento de las bolsas y los precios de ciertos activos inmobiliarios y financieros puede destruir capital con más rapidez aun que una bomba atómica.
Pero aunque la catástrofe esté a la vuelta de la esquina, ningún izquierdista o antiglobalizador debería hacerse ilusiones, porque seguramente esa bocacalle nos reconduzca a más capitalismo, quizás peor. El páramo de reflexión sobre lo que está pasando va a coger tan desprevenidos a tantos que, si el capitalismo es capaz de fabricar una nueva vía –aunque se convierta más tarde en otro callejón sin salida–, tendremos que recorrerla hasta el final porque seguramente no sabremos qué hacer para detener esa dinámica infernal. A menos que los cambios económicos, sociopolíticos e ideológicos que se avecinan no sirvan sólo para dar mucho trabajo a los historiadores y a los ideólogos de las próximas décadas…
En cualquier caso, que no lo dude el lector: no estamos ante una crisis que deba analizarse sólo en términos geopolíticos. Antes de repartir una tarta, la tarta existe como un todo. Es verdad que es muy importante saber por dónde van las cosas cuando se trata de comprender la política y la geoestrategia mundiales, las relaciones por ejemplo de Estados Unidos con China, la UE o el mundo árabe, o las muchas dimensiones de la injusticia que inflige el mundo imperial a sus antiguas colonias… Pero todo ello ocurre dentro de un sistema que forma un todo y cuya dinámica se genera, en mi opinión, previamente a, y por leyes distintas de, todas esas dinámicas parciales. Ya veremos cómo se desarrollan las cosas.
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